Capítulo 4
Los dos días que faltaban para partir a Suarel pasaron tan rápido como decir adiós, dejaban tantas cosas atrás que no daba tiempo a despedirse de todo y solo quedaba la esperanza de volver algún día a esa pequeña llamada Villa Yaguen en la que, no obstante, cabían miles de recuerdos.
Una pequeña unidad de unos cincuenta soldados de infantería provenientes de Suarel iban a ser los que les escoltaran en el viaje. Necesitaban todos los hombres posibles en sus filas y para ello, mandaron lo menos posible, lo suficiente para defenderse de algún animal salvaje que pudieran encontrarse en su camino. Ni siquiera habían mandado a ningún capitán, todos estaban en Suarel repartiendo ordenes.
Cuando llevaban medio día de viaje, decidieron acampar y una tormenta se avecinaba. Tenían pensado un punto estratégico para la parada, una vieja cueva abandonada que les guardaría de la lluvia. Cuando llegaron a la vieja cueva se dieron cuenta de que no eran las mejores condiciones para pararse a descansar, pero ya se esperaban algo así y la idea de que tarde o temprano pasarían por condiciones peores les suavizó lo que tenían en ese momento. La oscuridad reinaba en el lugar junto a las goteras del techo que resonaban entre esas húmedas paredes de piedra. Un grupo de soldados decidieron inspeccionar la cueva por lo que pudiera habitarla, como quizás algún desgraciado animal guardándose de la tormenta como ellos o algo por el estilo. Saron quiso acompañar al grupo de reconocimiento y Claxan como siempre, se mantuvo a su lado. A parte de los dos chicos, diez soldados más armados con espadas y escudos de la ciudad formaban el grupo. Claxan y Saron tenían sus espadas, que habían sido forjadas en Villa Yaguen y por lo cual seguramente no serían de la misma calidad que las de el resto de los soldados y no disponían de escudo alguno. Tres de los soldados iban equipados con antorchas, uno encabezaba el grupo, otro ocupaba la retaguardia y el restante se mantenía en medio con los demás para más iluminación.
-¿Donde diantres terminara esto?-preguntó uno de los soldados con intención de que alguien contestara a su pregunta. Pero nadie lo hizo, por lo visto todos se preguntaban lo mismo. Todos de pararon en seco cuando una voz contesto a la pregunta de ese soldado desde la oscuridad.
-En unas antiguas minas de plata, pero ya están explotadas por el hombre desde hace tiempo, no encontraras nada aquí viajero, tan solo un cobijo para los días de tormenta.
Mientras el hombre hablaba el grupo de reconocimiento iba acercándose a esa voz con sus espadas ya desenfundadas. Cuando consiguieron acercarse lo suficiente para iluminarle pudieron ver la figura de un hombre encapuchado que les daba la espalda.
-Podéis guardar vuestras espadas, no supongo ninguna amenaza. Solo me quedare aquí hasta que la tormenta pase.
-¿A donde te diriges?-pregunto otro de los soldados mientras guardaba su espada.
-Sigo el camino de la sabiduría, me dirijo a cualquier lugar donde hayan cosas que aprender.
-¿Y cual es tu nombre?
-¿Mi nombre? La verdad es que hace mucho tiempo que nadie lo pronuncia, supongo que no es de importancia para nadie.
-Ven con nosotros, la compañía no te vendrá mal y hemos encendido un fuego en la entrada.-le ofreció Claxan al hombre encapuchado que todavía seguía de espaldas a ellos. Pero al oír esto, finalmente se dio la vuelta para dejarse ver el rostro. Era un hombre de avanzada edad, pero aun no era un anciano. No iba armado de ninguna manera, parecía un peregrino.
-Agradezco tu amable oferta joven soldado, pero en soledad sigo mi camino.
Dicho esto, al ver que la cueva no tenía peligro aparente volvieron con los demás. Entre todos ocupaban toda la entrada de la cueva, se turnaban en puestos de guardia mientras los demás dormían. Cuando a Claxan le tocó hacer una de las guardias ya había anochecido. Saron estaba con el como siempre, como una simpática sombre que siempre aguardaba a su lado, no hablaron mucho por dejar dormir a los demás y terminaron la guardia antes de que amaneciera.
No pudieron dormir mucho, no había tardado en amanecer desde que fueron a dormir. La lluvia había parado y, todos juntos, retomaron el viaje hacia Suarel donde todos los demás les esperaban. Fue un viaje con un paisaje monótono, eran tierras vacías y no vieron mas que algún animal salvaje sin peligro alguno y alguna ave que sobre volaba el cielo.
Un largo día de viaje les aguardaba para llegar finalmente a Suarel si no paraban para dormir, en la ciudad tendrían tiempo para ello, en ese momento lo mas importante era terminar el viaje lo antes posibles por los peligro que podrían aguardar en un viaje tan largo a pie, pues en las tierras que no estaban habitadas no había tanto orden como en la ciudad. Habían numerosos grupos de bandidos que saqueaban las caravanas de comerciales en busca de cualquier tipo de materiales con los que se aprovisionaban en sus aldeas misteriosamente desconocidas para el resto de la gente. Los bandidos eran grupos de gente que no se relacionaba con el resto de la sociedad, no tenían rey pero había alguien a quien obedecían, un líder que no se sabía exactamente quien era pero quien fuera manejaba a un gran número de bandidos. La ley no intervenía en esta clase social, ya que solo se imponían las normas en las ciudades y tampoco causaban muchos daños mas que la intercepción de alguna caravana, por eso en los últimos años iban escoltadas por grupos de mercenários contratados por los comerciales que después de todo, les salía más rentable que quedarse sin mercancías para vender. Los bandidos sabían que si el reinado quería los podían encontrar y acabar con todo su cuartel tarde o temprano, por ello no solían asaltar al ejército del rey muy a menudo, pero si de trataba de un grupo pequeño como el que viajaba no les importaba hacer una excepción.
Había sido un viaje bastante pesado, había anochecido y apenas habían parado a descansar cuando empezaron a ver a lo lejos la majestuosa Suarel, al fin el viaje estaba terminando aunque no era mas que el principio de todo, ya que en la ciudad no solo les esperaría dormir. Claxan no paraba de pensar en su madre que se había tenido que quedar en Villa Yaguen junto a las demás mujeres y niños, pero no era momento de mirar atrás, ahí la gente estaba a salvo por el momento.
Cuando llegaron, en las puertas de la ciudad uno de los caballeros les recibió.
-Bienvenidos a Suarel. Soy Jayden, general de la caballería de Suarel. Si hacen el favor de seguirme les llevare con su majestad Albert y los demás.